distraerte no te cura

Muchas de las cosas que hacemos, y que nos dan placer, no las hacemos por el deseo de obtener ese placer, sino que las hacemos para huir de nuestras heridas y de nuestro dolor, aunque no seamos conscientes de eso, pero podemos saberlo por la frecuencia con que las hacemos. La dependencia hacia esas cosas que nos dan placer no hace más que evidenciar que no las buscamos solo por placer, las buscamos por algo más, las buscamos para huir de nosotros mismos, pero al huir de nosotros mismos a través de esas cosas y crear una dependencia hacia ellas, hace que las heridas de las que huimos se vuelvan peores, pues tenemos una herida y una dependencia.

Confundimos el placer con la cura, simplemente porque en los momentos de placer no sentimos dolor, pero no es que no lo sintamos, es solo que nos distraemos. El placer no nos quita el dolor, el placer no nos cura, el placer solo nos distrae. Eso no significa que buscar las cosas que nos dan placer sea malo o esas cosas lo sean, es la forma en que nos relacionamos con esas cosas y la razón, aunque inconsciente, por la que las buscamos. Ya que la razón es huir de nosotros y no solo buscar placer. En la razón está la verdad.

No existe forma de curarnos distrayéndonos de nosotros mismos. No existe forma de curarnos distrayéndonos de nuestras heridas. Por mucho que huyamos de nuestras heridas y busquemos refugios en todas partes, no lograremos huir de ellas. Cuando huimos, no hacemos más que darle el poder sobre nosotros a esas heridas. Nuestras heridas tienen más poder sobre nosotros cuando huimos.

Ninguna distracción nos cura. Aunque creamos que nos estamos curando a través de distracciones, por el simple hecho de no sentir dolor en ellas, no es verdad, no nos estamos curando; nos estamos haciendo más daño sin darnos cuenta. Porque luego tendremos que buscar la forma de escapar de eso que utilizamos para escapar de nuestras heridas y será peor. 

Nuestras heridas no se curan huyendo de ellas, sino enfrentándolas, y es la única forma. Enfrentar nuestras heridas puede ser doloroso, pero es un dolor que cura; mientras que la distracción es un placer que nos hiere más. Fuera de nosotros mismos solo podemos hacernos daño a nosotros mismos. La cura no está en huir, sino en quedarse. Cuando enfrentamos nuestras heridas, le quitamos el poder sobre nosotros. Enfrentar una herida es liberarse de ella. 

sentirse solo no es estar solo

Hay una gran diferencia entre sentirnos solos y estar solos, lo que sentimos no suele revelar nuestra realidad. Muchas veces nos sentimos solos, aunque no lo estemos. Esto significa que la soledad no se trata solo de la presencia o ausencia de los demás, sino que también se trata de algo más cercano: de nosotros mismos. La soledad se trata de la presencia o ausencia de nosotros mismos.

Nos sentimos solos, independientemente de si lo estamos o no, nos sentimos solos porque no estamos en nosotros, nos sentimos vacíos de nosotros mismos, nos sentimos lejos. La verdadera soledad es no sentirnos acompañados por nosotros mismos, no podernos ver, no podernos tocar. Cuando nos sentimos solos, no importa quién esté a nuestro lado, seguiremos sintiéndonos solos. Pero esa soledad es una necesidad de nosotros mismos.

Hay soledades que ninguna compañía puede matar y debemos saber identificar qué tipo de soledad es la que enfrentamos, pues si creemos que se trata de los otros, buscaremos a los otros para no sentirnos solos. Buscaremos en los demás una forma de matar nuestra soledad, y será imposible, porque esa soledad se trata de uno mismo, y la única forma, no de matarla, sino de superarla, es enfrentándola. 

Cuando buscamos a los demás para acabar con nuestra soledad, terminamos acabando con nosotros mismos, ya que esa soledad que intentamos destruir a través de los demás no hace más que evitar que nos enfrentemos a nosotros mismos. Cuanto más huimos de nosotros, más daño nos hacemos. Toda compañía que se basa en la necesidad de destruir la soledad, termina destruyéndonos, porque se convierte en una relación de dependencia y eso provoca que soportemos muchas cosas con tal de no estar solos.

Enfrentar nuestra soledad es la única forma de superar nuestra soledad. Nuestro sentimiento de soledad, que está más allá de la compañía de los demás, es nuestra necesidad de nosotros mismos. Nuestro sentimiento de soledad es una manifestación de la ausencia de relación que tenemos con nosotros mismos. 

Alguna circunstancia o herida pudo habernos llevado a ese sentimiento de soledad y eso significa que hay cosas que debemos sanar, no debemos sanar de la soledad, y tampoco debemos sanar buscando compañías; debemos sanar esas heridas para poder volver a nosotros mismos y superar ese sentimiento de soledad. 

Las personas solitarias no se sienten solas, y estas personas están solas, en el sentido de los demás, pero también están acompañadas de sí mismas. Esto revela que el sentimiento de soledad se trata de la relación que tenemos con nosotros mismos, de dónde estamos y cómo estamos. Sentirnos solos no es estar solos, pero sentirnos solos evidencia que estamos ausentes en nosotros, que nos necesitamos, que es nuestra compañía la que nos hace falta.

vivir con las cosas, no desde las cosas

Hay una gran diferencia entre aprender a vivir con algo y vivir desde algo. Muchas veces creemos que aprendimos a vivir con algo, pero la realidad es que estamos viviendo desde algo. Creemos que podemos solos, que lo llevamos bien, que ya sabemos cómo vivir con eso, pero nuestras actitudes y decisiones revelan que, más bien, estamos viviendo desde algo, estamos hundidos en eso, somos víctimas.

La forma en que vivimos manifiesta si vivimos con las cosas o desde las cosas. Cuando aprendemos a vivir con algo, eso con lo que vivimos no decide por nosotros, tenemos control sobre eso y sobre nosotros; mientras que, cuando vivimos desde algo, eso decide por nosotros, eso nos dice cómo vivir, eso tiene el control de nuestra vida, vivimos sometidos; aunque la mayoría de las veces no nos demos cuenta de que es así.

El hecho de que soportemos las cosas con las que vivimos no significa que aprendimos a vivir con ellas, aprender a vivir con ellas es más que solo soportarlas, es más que solo soportar el dolor, la tristeza, la angustia, la desesperación; aprender a vivir con ellas es vivir sin que esas cosas nos afecten, sin que tengan poder sobre nuestra vida. Aprender a vivir con las cosas es quitarle el poder a las cosas y vivir, no por ellas, sino por nosotros.

Si observamos la forma en que vivimos, nuestras acciones, nuestras decisiones, nuestros comportamientos y la forma en que nos sentimos constantemente, podemos saber si, en realidad, estamos viviendo con las cosas o desde las cosas. Cuando vivimos desde las cosas, todo lo que somos y hacemos favorece a esas cosas, las alimenta y las fortalece, y nosotros permanecemos haciéndonos daño y sintiéndonos mal. Vivir desde las cosas es vivir destruyéndonos. 

Acostumbrarse al dolor no es saber vivir con el dolor, es vivir desde el dolor. Y todo lo que hagamos nos llevará de regreso a ese dolor. Al igual que acostumbrarnos a cualquier cosa que nos haga daño, eso no es saber vivir con esas cosas, es no saber vivir con esas cosas y, sobre todo, vivir desde esas cosas, pues ya no miramos más allá, no buscamos salir de eso, creemos que eso es lo que nos tocó y que tenemos que soportarlo, y mientras tanto, vivimos debajo de eso, todo lo que somos y hacemos protege las cosas desde las que vivimos. Terminamos cayendo siempre en lo mismo. De ninguna manera actuamos en contra de eso a lo que nos hemos acostumbrado, pues vivimos para eso y por eso. 

Quien vive desde las cosas, vive para esas cosas. Quien vive con las cosas, vive para sí. Vivimos desde las cosas cuando no vivimos desde lo que somos, cuando vivimos fuera de nosotros. Cualquier cosa tiene poder sobre nosotros cuando nosotros no tenemos el poder sobre nosotros. Si queremos aprender a vivir con las cosas, no es necesario que cambiemos las cosas, sino que cambiemos lo que somos, pues en lo que somos está la forma en que nos relacionamos con esas cosas. Lo que somos definirá la relación que tengamos con las cosas. Cuanto más vivimos desde las cosas, menos relación tenemos con nosotros mismos y más con esas cosas. Cuanta mayor es la relación que tenemos con nosotros mismos, menos relación tenemos con las cosas.

En lo que somos se cambian las cosas, tal vez no estamos en nosotros y por eso, en vez de vivir con las cosas, vivimos desde las cosas. Si tratamos solo de cambiar las cosas, es probable que nos hagamos más daño y que luchemos inútilmente. Lo que somos dice desde dónde y cómo estamos viviendo. En la imposibilidad de ser nosotros mismo se esconde el hecho de que vivimos desde las cosas.

lo que no sacas de ti, te saca de ti

Cuando no expresamos nuestro dolor, ese dolor se convierte en algo peor, se convierte en lo que decide por nosotros, en lo que nos dice cómo comportarnos, en lo que nos dice lo que debemos ser, y todo eso que terminamos siendo, siempre será en nuestra contra y a favor de provocar más dolor y heridas en nosotros.

Lo que acumulamos pesa, y pesa tanto que nos cuesta caminar, nos hace caminar más lento y nos hace caminar hacia donde no queremos ir, y terminamos en lugares que no son para nosotros. Nunca podemos caminar en libertad si llevamos una carga interna, nunca podemos ir a donde debemos con un peso de más.

Cuando acumulamos lo que sentimos, eso que acumulamos va tomando cada vez más espacio dentro de nosotros y ese espacio invade nuestra perspectiva, nuestra mente, nuestro corazón, nuestros ojos, cada parte de nuestro ser. Eso provoca que nos convirtamos, inconscientemente, en víctimas de lo que acumulamos. Ya no vivimos para nosotros, sino que vivimos, o más bien, morimos, por lo que acumulamos. 

Lo que reprimimos no se queda reprimido, termina saliendo de alguna otra forma, aunque no de una forma consciente. Sale a través de nuestro comportamiento, de nuestras actitudes, de nuestras decisiones, de nuestra autoestima, de lo que pensamos de nosotros. Lo que guardamos no se queda guardado, abre heridas en nosotros, a través de las cuales sale, y esas heridas terminan siendo peor que lo que sentimos y guardamos.

Basta con observar el miedo que nos da expresar lo que sentimos, para saber que tenemos acumulado lo que sentimos y que eso está configurando nuestra vida. Cuanta mayor libertad tenemos para expresar lo que sentimos, menos tenemos acumulado y menos nos gobierna lo que acumulamos. Lo que acumulamos nos gobierna y es por eso que necesitamos expulsarlo, para quitarle el poder sobre nosotros.

Lo que no sacas de ti, te saca de ti. Eso significa que cuando no expresas lo que sientes, eso que sientes te pierde, te aleja de ti, te hace perder el control sobre tu ser. Terminas odiando tu ser, pero es porque no estás en ti, todo lo que está en ti es lo que has acumulado. Se te hace imposible amarte y verte, y es porque todo lo que ves es eso que no expresas, esos sentimientos que guardas. Lo que sacas de ti, te mantiene en ti. Expresar lo que sentimos es una manera de tener el control sobre nuestro ser, y no solo de tener control, sino también de limpiarnos, de curarnos y de evitar heridas causadas por la acumulación.

amor propio III

Mientras no te ames, la gente te amará de cualquier forma, y lo aceptarás y te harás daño, pues te amarán con un amor que no es para ti. Es hasta que te amas que construyes una forma de amarte, y la gente que no pueda amarte de esa forma, no te amará. Si no te amas, aceptas todo, permites todo. Si no te amas, aceptas como amor lo que no es amor, por el simple hecho de que no sabes lo que es el amor. 

La gente abusa de ti, la gente te hace daño y tú tratas de justificar ese daño, creyendo que esas personas te aman, porque es lo que te dicen. Es decir, tú mismo abusas de ti porque no sabes que eso que estás recibiendo no es amor, y no lo sabes porque nunca has recibido amor de ti mismo. Abusas inconscientemente de ti. Es hasta que te amas que te vuelves consciente de ti y de la forma en que necesitas amarte y de la forma en que otros te deben amar. Amarte a ti mismo crea un estándar y cualquiera que intente amarte por debajo, no permitirás que te ame, tu amor propio no lo permitirá.

No eres culpable de nunca haber recibido amor, ni de tu parte ni de otros, pero eres responsable de dártelo. Pues muchas veces, por distintas circunstancias, no hemos podido ver nuestra necesidad de amor. Y no es nuestra culpa no haberla visto. Puede que hayamos sufrido mucho y que eso nos haya impedido ver nuestra necesidad de amor y de amarnos, pero el hecho de nunca haberla visto, y que haya sido por culpa de las circunstancias, no significa que debamos seguir así. Debemos vernos y tratar de ver más allá de lo que nuestro sufrimiento nos permite ver.

Nuestro mismo sufrimiento, nuestro mismo dolor, nuestras mismas heridas, nos dicen que necesitamos amor, nuestro amor. No es normal vivir en el dolor, más bien, eso es la evidencia de que necesitamos superar algunas cosas, de que necesitamos curarnos. Nuestro miedo y nuestras inseguridades nos están diciendo que necesitamos amarnos.

Si no hay amor en nosotros, no podemos reconocer el amor fuera de nosotros, y es por eso que aceptamos cualquier cosa como amor. No somos nosotros los que aceptamos un amor que no es amor, es nuestra ausencia de amor la que lo acepta. El amor en nosotros hace que reconozcamos el amor fuera de nosotros. Cuando nos amamos, ese amor acepta lo que es amor y rechaza lo que no lo es. Cuando nos amamos, no solo nos curamos de lo que nunca fue amor, sino que también nos curamos del futuro.

Nos curamos de lo que vendrá, pues no podrá entrar a nosotros algo que no sea amor. Cuando nos amamos, le cerramos las puertas a todo lo que no es amor. Cuando nos amamos, caminamos por un camino distinto, el camino de nuestro ser. Amarnos es aceptar el amor y rechazar lo que no es amor.

no eres lo que te han hecho

Lo que nos han hecho pesa en nosotros, pesa tanto que llegamos al punto de creer que nosotros tenemos la culpa de lo que nos hicieron, que nosotros somos los que estamos mal y que por eso las personas nos hacen daño. Pensamos que nuestros defectos hacen que las personas nos hieran, creemos que somos poco y que por eso los demás nos destruyen. Intentamos buscar más cosas malas en nosotros para justificar el daño que nos han hecho, pero nada lo puede justificar, por el simple hecho de que no es a causa de nosotros que nos hacen daño, el daño proviene de quien nos daña.

Pensamos que todo lo malo que nos han hecho proviene de nosotros y no de la maldad de los otros, y ese pensamiento proviene de dar a los demás el poder sobre nosotros, y otorgamos ese poder a quienes, aunque sea por un momento, nos hacen sentir que somos alguien, que somos más, que valemos algo, pero damos ese poder cuando nosotros no tenemos ningún poder sobre nosotros. Cuanto menos poder tenemos sobre nosotros, le damos el poder sobre nuestra vida a cualquiera.

Solo podemos dar poder sobre nuestra vida a los demás cuando nosotros no tenemos poder sobre nosotros, y no tenemos poder sobre nosotros cuando no sabemos lo que somos. En la medida en que nos conocemos, tenemos poder sobre nosotros y no entregamos ese poder a cualquiera que nos haga sentir bien, nos hacemos cargo de nosotros mismos siempre. Eso provoca que, cuando nos hacen daño, no nos culpemos a nosotros, porque sabemos reconocer lo que somos, lo que hacemos y nuestra responsabilidad en cada cosa.

Creer que lo que somos es la causa del daño que nos hacen significa que no conocemos lo que somos, a veces tenemos cierta responsabilidad en algunas cosas, pero eso no significa que lo que somos es la causa de todo el daño que los demás nos hacen, porque estaríamos excluyendo la responsabilidad de los demás. Solemos tomar la carga de lo que nos hacen, no cuando amamos a las personas que nos lo hacen, sino cuando no nos amamos a nosotros mismos. En muchas ocasiones creemos que nos hacemos cargo del daño que nos hacen porque amamos a la otra persona, pero no es así.

No somos lo que nos han hecho, aunque duela, aunque pese, aunque nos haga llorar, aunque tenga consecuencias en nosotros.  Puede que tengamos cierta responsabilidad en algunas cosas que nos han hecho, pero de ninguna manera podemos ser lo que nos han hecho ni ser culpables de lo que los demás han lanzado contra nosotros.

No podemos definir nuestro ser por lo que recibimos, solo podemos definirlo por lo que damos, y por lo que nos damos a nosotros mismos cuando los demás nos dan lo peor. Las personas hacen lo que son, eso significa que el daño que nos han hecho no es por lo que somos, sino por lo que ellas son. No somos lo que nos han hecho, no somos tan poco, pero necesitamos saber lo que somos, para no creer que somos lo que nos han hecho.

nuestra mirada nos evidencia

Debemos mirarnos y creer en nuestra mirada, pero también debemos analizar si nuestra mirada es libre y verdadera; si nuestra mirada nos está conduciendo hacia donde debemos ir o nos está alejando de nosotros, si nuestra mirada nos cura o nos hiere, pues en eso se revela si la mirada proviene de lo que somos, de lo que hemos vivido o de nuestros temores. 

Si nuestra mirada nos hiere, nos estamos viendo desde una herida y nos llevaremos a herirnos. Lo que nuestra mirada hacia nosotros nos provoca, nos revela de dónde proviene esa mirada. Cuanto más daño nos hace mirarnos a nosotros mismos, más lejos de nuestra verdad está nuestra mirada. Nos estamos viendo desde algo que no somos cuando lo que miramos nos destruye. 

Nuestra mirada revela en dónde estamos. Cuando nos miramos a nosotros mismos y lo que miramos nos hace temblar, nos estamos mirando desde el miedo, desde alguna circunstancia, desde algo que nos hicieron o sufrimos. En nuestra mirada se manifiesta todo nuestro ser y nuestra vida. En nuestra mirada revelamos lo que hemos vivido, nuestras heridas y lo que hemos superado. Nuestra mirada revela la luz como la oscuridad. 

Si no nos miramos de forma sana, es porque no lo estamos. Y cuanto más heridos estamos, nuestra mirada hacia nosotros mismos nos distorsiona más, no vemos lo que somos, sino que vemos lo que nos hicieron, lo que nos hicimos, lo que sentimos. Es al observar la manera en que nos estamos mirando, y lo que provoca esa mirada en nosotros, que descubrimos lo que necesitamos superar, curar, dejar atrás. Cuanto más distorsionados nos vemos y más daño nos hacemos al mirarnos, más necesitamos sanar, más necesitamos limpiar esa mirada.

Sabemos que nos estamos viendo desde nuestra verdad cuando nuestra mirada ya no nos hiere. Sabemos que nos estamos viendo desde nuestra verdad, libres de lo que hemos vivido y sufrido, cuando nuestra mirada ya no nos hunde, ya no nos destruye, ya no nos hace temblar, ya no nos hace odiarnos. Cuando empezamos a mirarnos de forma sana, es porque estamos sanando, es decir, nuestra sanidad se revela a través de nuestra mirada, nuestra sanidad cambia nuestra mirada.

Nuestra mirada hacia nosotros mismos revela nuestra interior. Cuando mirarnos a nosotros mismos ya no nos pierda, sino que nos salve; ya no nos hiera, sino que nos cure; ya no nos dé miedo, sino que nos dé valor; ya no nos haga querer huir, sino querer quedarnos, nos estaremos mirando desde lo que realmente somos; nuestra mirada estará limpia de nuestras heridas, de nuestros temores, de las cosas que hayamos vivido. Siempre que nuestra mirada nos hunda, nuestra mirada estará llena de eso que alguna vez nos hundió y no pudimos salir. 

juzgarse a uno mismo

Somos nuestros propios jueces y nadie debería ser mayor juez de nosotros que nosotros mismos, pues si alguien más es el mayor juez de lo que somos, esa persona tiene todo el poder sobre nosotros. Es trabajo nuestro, pero la forma en que lo hacemos puede hacernos o deshacernos, puede hacernos caminar mejor o puede hacernos tropezar. Tenemos la responsabilidad de juzgar nuestro ser, no el de otros, pero juzgarlo sin hacernos daño.

La forma en que juzgamos nuestro ser nos dice desde dónde nos estamos juzgando. La forma en que juzgamos nuestro ser nos dice si nos estamos juzgando desde nuestra verdad, desde nuestras circunstancias, desde lo que vemos, desde lo que sentimos o desde los demás. Y podemos identificar la forma en que nos juzgamos con tan solo ver la manera en que nos sentimos cuando nos juzgamos, con lo que somos cuando nos juzgamos. 

Si nos juzgamos desde algo que no somos, nos hacemos daño, nos sentimos inferiores, sentimos que no valemos, sentimos que todos son mejores que nosotros. Si nos juzgamos desde una herida, nos herimos. Si nos juzgamos desde nuestros miedos, provocamos más miedos en nosotros. Si nos juzgamos desde los demás, seremos e intentaremos ser alguien que no somos. Lo que somos cuando nos juzgamos revela desde dónde nos juzgamos.

Cuando nos juzgamos de manera objetiva, desde lo que realmente somos, no nos juzgamos para hacernos pedazos, sino más bien, para unir nuestros pedazos y reconstruirnos. Cuando nos juzgamos desde nuestra verdad, buscamos la verdad, buscamos hacer de nosotros algo que no nos haga daño. Sabemos que nos estamos juzgando desde nuestra verdad por la forma en que nos sentimos al juzgarnos. Ya no nos sentimos inferiores, sin valor y sin belleza, sino que tratamos de encontrar en nosotros esas cosas que necesitamos para poder caminar de mejor forma. Cuando nos juzgamos desde nuestra verdad, ya no hay comparación, comprendemos nuestra vida como un camino que solo nosotros podemos transitar.

Cuando nos juzgamos desde el miedo, nos destruimos. Cuando nos juzgamos desde la verdad, nos construimos. La destrucción y la construcción de nuestro ser, manifiestan la forma en que nos estamos juzgando, y eso también nos hace ver que podríamos no estar juzgándonos como debemos.

No podemos juzgarnos desde nuestra verdad si no conocemos nuestra verdad. Nos juzgamos desde cualquier otra parta y haciéndonos daño, justamente porque no hemos llegado a nosotros. No podemos partir de nosotros mismos si no estamos en nosotros mismos. Mientras no estemos en nosotros, viviremos juzgándonos para destruirnos. Es hasta que estamos en nuestra verdad que empezamos a juzgarnos para construirnos. 

“Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo, eres un verdadero sabio”.

El Principito – Antoine de Saint-Exupéry

ser más allá de lo que sentimos

No somos porque sentimos, sentimos porque somos. Lo que sentimos es producto de nuestro ser. Lo que sentimos no es bueno ni malo, es la forma en que nuestro ser expresa determinadas situaciones. No podemos dejar de sentir, no podemos decidir qué sentir, eso no significa que seamos víctimas de lo que sentimos, más bien, somos víctimas al intentar dejar de sentir o decidir qué sentir. Somos víctimas de nuestros sentimientos al intentar controlarlos, pero eso tampoco significa explotar, porque una cosa es sentir y otra la forma en que expresamos lo que sentimos, y no tenemos poder sobre lo que sentimos, pero sí sobre la forma en que lo expresamos.

Sentimos porque somos, eso significa que no somos lo que sentimos, que somos y por eso sentimos. No podemos definir lo que somos a través de lo que sentimos. Eso no quiere decir que lo que sentimos es malo, debemos reprimirlo o ignorarlo; más bien, debemos conocer lo que sentimos y la forma en que lo estamos manifestando, o mejor aun, debemos conocernos, para así conocer lo que sentimos y la manera en que expresamos eso que sentimos.

Muchas veces creemos que somos lo que sentimos, y al sentirnos acabados, nos vemos así, nos tratamos así y nos comportamos así, y por eso terminamos en lugares que también representan lo que sentimos. Pero eso sucede justamente porque no nos conocemos e ignoramos lo que sentimos. Somos desde lo que sentimos cuando no sabemos lo que somos.

Si fuésemos lo que sentimos, significaría que cualquier persona que nos haga sentir algo, nos dirá lo que somos a través de eso que nos hace sentir, y en la medida en que dejemos de sentir, dejaríamos de ser. Ser lo que sentimos es ser y no ser, es vivir en una identidad inestable, en una ausencia de identidad. O más bien, porque carecemos de identidad es que somos lo que sentimos.

Somos más allá de lo que sentimos, somos independientemente de cómo nos sentimos. No somos ni dejamos de ser por lo que sea que estamos sintiendo. Creer que somos lo que sentimos es limitarnos a ser, es no poder ser. Pero creemos que somos lo que sentimos cuando no somos, cuando hemos construido nuestro ser y lo ignoramos. 

No debemos limitar ni reprimir lo que sentimos, pero tampoco debemos definirnos a través de lo que sentimos. No somos lo que sentimos, somos más allá de lo que sentimos. Debemos vernos a nosotros mismos con claridad, traspasar las lágrimas y las risas, pues es la única forma de que nada nos mueva de nosotros mismos. 

¿a dónde ir?

Es importante saber a dónde ir, pues si no lo sabemos, iremos a lugares que no queremos ir, a lugares que no son para nosotros. Si no sabemos a dónde ir, terminaremos en sitios que nos impidan ir a nuevos lugares. Es importante saber a dónde ir, pero no podemos saber a dónde ir sin antes haber ido a nosotros mismos.

Todos queremos ir a algún lugar, pero muchas veces queremos ir a un lugar movidos por nuestro miedo a no llegar a ninguna parte, movidos por deseos que no son producto de lo que somos, sino de temores, inseguridades, egoísmo, necesidad de aceptación, y muchas cosas más. Cuando vamos movidos por alguna de estas cosas, sin importar a dónde vayamos, vamos en contra de nosotros, y a donde sea que lleguemos, sentiremos que no hemos llegado, pero ese sentimiento surge de no haber llegado a nosotros mismos.  

Necesitamos saber a dónde ir, pero más que saber a dónde ir, necesitamos saber lo que somos. Al saberlo, sabremos a dónde ir y también sabremos a dónde no ir. Caminaremos solo hacia lo que coincide con lo que llevamos dentro. No nos saldremos del camino, no nos saldremos de nosotros mismos.

Es imposible saber a dónde ir sin haber ido a nosotros mismos, pues todo lugar al que debemos ir surge de lo que somos, no es ajeno a nosotros. Para saber a dónde ir, debemos ir a nosotros, en nosotros está el camino hacia el lugar que debemos ir. Si no vamos a nosotros, no sabremos a dónde ir e iremos a cualquier parte. 

Saber a dónde ir no solo es tener la certeza de un lugar, sino también saber vivir con la incertidumbre cuando no sabemos cuál es ese lugar. Es decir, no destruirnos cuando no sabemos a dónde ir, pues nunca tendremos la certeza de todo. Saber a dónde ir es mantenernos fieles a nosotros mismos sin importar a dónde vayamos, es no perdernos a nosotros mismos. Saber a dónde ir es saber que siempre debemos ir a nosotros.

Antes de ir a cualquier parte, necesitamos ver si queremos ir a ese lugar por lo que somos o si queremos ir a ese lugar por algún miedo u otra razón. No solo importa el lugar al que queremos ir, también importa la razón por la que vamos, qué es lo que nos mueve, de dónde surge ese deseo de ir, pues en eso se esconde la verdad y de eso depende, no solo el hecho de que lleguemos o no, sino también la forma en que iremos y lo que seremos al ir.

¿A dónde ir?  A ti. Ve a ti y sabrás a dónde ir.