cuando el pasado es mejor, no hay futuro

Las cosas no terminan siendo lo que empezaron siendo, las cosas cambian, pero hay diferencia en que las cosas cambien y que las cosas dejen de ser. Muchas cosas han dejado de ser y no lo hemos notado; las sostenemos, las conservamos, pero solo está en nosotros el recuerdo de lo que fueron, pues ya no son en el presente.

Cuando las cosas que vivimos dejan de ser presente y son mejores en nuestra memoria que en nuestra vida, permanecer en ellas es permanecer muerto, pues permanecemos siendo lo que ya no somos, vivimos siendo lo que fuimos cuando esas cosas estaban vivas. Y no solo permanecemos muertos, también permanecemos con algo muerto, con algo que ya ha dejado de ser. Lo que no está vivo en el presente impide el presente.

No podemos vivir del pasado, independientemente de si fue hermoso o desastroso. El pasado no puede sostener el presente y el futuro. Cuando intentamos sostener nuestra vida del pasado, en realidad, lo que hacemos es impedirnos vivir el presente y anular la posibilidad del futuro. Cuando vivimos con lo que ya no vive, no vivimos hacia delante, vivimos haca atrás.

Sabemos que debemos irnos de algunas cosas porque esas cosas no pueden ser en el presente, solo pueden ser en el pasado. Y eso no quiere decir que esas cosas sean malas, sino que simplemente ya no son y nosotros ya no somos para ellas. Han cumplido su tiempo con nosotros. Las cosas que dejaron de ser solo están vivas en nuestra memoria y en nosotros vive la belleza de lo que fueron, pero si las vemos ahora, nos damos cuenta de que fueron mejores en el pasado y que en nuestra vida presente no tienen mayor importancia.

Cuando el pasado es mejor, no hay futuro. Es decir, cuando algo que empezamos a vivir hace mucho ha dejado de estar tan vivo como lo recordamos y ahora solo nos carcome el pensamiento de que antes era mejor, es porque esas cosas ya no deben permanecer en nosotros ni nosotros en ellas. Y esto no significa que las cosas no cambien con el tiempo y que la ilusión del principio de las cosas debe permanecer siempre, no es así, las cosas cambian y no son lo mismo que al principio, pero si hemos llegado al punto en que esas cosas, más allá del cambio, se han deteriorado por completo y no hacemos más que vivirlas a través del recuerdo y de soportarlas por lo que fueron y no disfrutarlas por lo que son, es momento de dejarlas atrás. Cuando vivimos las cosas en el recuerdo y las sufrimos en la vida, es momento de deshacernos de esas cosas.

Debemos saber reconocer cuándo las cosas han caducado en nuestra vida y sacarlas de nuestra vida en ese momento, porque si las dejamos más, viviremos del recuerdo de esas cosas y no de las cosas como tal, pues ya estarán muertas en el presente. No podemos vivir del recuerdo de lo que las cosas fueron, solo podemos vivir de lo que las cosas son . Solo podemos vivir en el presente con lo que está vivo en el presente y no con lo que estuvo vivo y no lo está más.

Cuando el pasado es mejor, no hay futuro. Cuando el pasado es mejor, las cosas han terminado y estamos aferrados a lo que fueron y no a lo que son, por lo que es imposible que sobrevivan al presente y al futuro. Aunque las conservemos, ya no estarán con nosotros ni nosotros con ellas y solo serán un obstáculo para nuestra vida.

¿soy digno de ser amado?

Solemos creer que nuestras heridas reducen nuestro valor, que lo que hemos vivido nos hace incapaces de recibir amor, que nuestras circunstancias hacen que no seamos dignos de ser amados, que nuestros errores nos alejan de la posibilidad de ser amados. Solemos creer que nuestros miedos, nuestras luchas internas y nuestras inseguridades nos vuelven insuficientes para el amor. Creemos que lo que somos, por todo lo que sentimos y vivimos, no está a la altura del amor. Pero esa creencia no proviene de lo que somos, sino de lo que sentimos, de nuestras heridas, de nuestras circunstancias. No es una creencia limpia, es una creencia corrompida. Es una creencia creada justamente por lo que estamos viviendo y no por nuestra verdad.

Al creer que no somos dignos de ser amados, nos conformamos con cualquier amor que venga, sin importar cómo nos ame. Aceptamos que nos amen de forma destructiva. Y es paradójico, porque creyendo que no somos dignos de ser amados, buscamos amor, pues el hecho de no creernos dignos de ser amados no elimina nuestra necesidad de amor. Y buscamos, aunque inconscientemente, un amor que esté a la altura de lo que sentimos por nosotros, a la altura de nuestras heridas, y no a la altura de lo que somos. Esto nos lleva a estar con personas que nos hacen daño, y en muchas ocasiones hasta llegamos a pensar que merecemos ese daño, porque como no creemos merecer ser amados, creemos que el aparente amor que nos dan justifica ese daño. Es decir, toleramos el daño de quien dice amarnos, creyendo merecerlo, porque no creemos merecer amor.

Cuando creemos que por lo que estamos viviendo, por nuestras heridas y por lo que sentimos no somos dignos de ser amados, también creemos que para que alguien nos ame debemos ser lo contrario a eso que estamos siendo, viviendo y sintiendo, lo cual nos puede llevar a vivir una mentira, a crear una persona, según nosotros, digna de ser amada, pero aunque esa persona que creamos logre ser amada, ese amor nunca llegará a nosotros, pues no somos nosotros, ese amor se queda fuera. Eso nos hace sentir insuficientes, porque nos damos cuenta de que no podemos ser eso que nosotros creemos digno de ser amado.

Cuando creemos que no somos dignos de ser amados, no somos nosotros los que estamos creyéndolo, son nuestras heridas en nosotros, es nuestro miedo, son nuestras circunstancias. Por lo que creer que no somos dignos de ser amados es creer algo en nuestra contra, pues no es nuestra verdad manifestada en nuestra creencia, son nuestras circunstancias manifestadas en nuestra creencia. Si fuera una creencia producto de nuestra verdad, no nos llevaría a conformarnos con cualquier clase de amor, no nos haría sentir que no valemos lo suficiente; sería todo lo contrario.

Ninguna de nuestras heridas reduce nuestro valor, ninguna de nuestras heridas nos vuelve menos, ninguna de nuestras heridas nos vuelve insuficientes, ninguna de nuestras heridas nos vuelve incapaces de recibir amor. Nada de lo que estamos viviendo o sintiendo hace que no seamos dignos de ser amados. Todos somos dignos de ser amados, independientemente de cómo nos sintamos, de nuestras heridas o de lo que estamos viviendo. Todos somos dignos de ser amados porque no dejamos de ser nosotros por lo que estamos viviendo. Lo que somos no cambia por las heridas que llevamos. Nuestros errores no nos vuelven menos.

Debemos creer más allá de lo que estamos viviendo y sintiendo, más allá de nuestras circunstancias, necesitamos creer desde nuestra verdad y no desde lo que nos sucede, porque es la única forma para que, en medio de las circunstancias, podamos recibir amor, y no destruirnos y cerrarle las puertas al amor. No hay nada que nos convierta en seres no dignos de ser amados, pero si nosotros, por nuestras circunstancias, creemos que no somos dignos de ser amados, lo más probable es que desechemos el amor que otros intenten darnos.

Que seamos dignos de ser amados, independientemente de nuestras circunstancias, tampoco significa que debemos quedarnos tal y como estamos, sin curar nuestras heridas, sin cambiar lo que somos. Somos dignos de ser amados, pero no debemos utilizar eso como justificación para herir, con nuestras heridas, a quienes nos aman y para abusar de su amor por nosotros. Que seamos dignos de ser amados y que nos amen no excluye el hecho de que necesitamos cambiar.

comparación

Nadie se compara con los demás porque se siente bien consigo mismo, se compara porque se siente mal consigo mismo. La causa de la comparación no está en lo que los demás son, sino en lo que nosotros somos, o mejor dicho, en lo que nosotros no somos. La comparación no nace de lo que somos, sino de nuestra ausencia de ser. Cuanto más ignoramos nuestra vida, más creemos que nuestra vida debería ser como la vida de otros. 

Lo que vemos en los demás, al compararnos con ellos, no es lo que ellos son, es lo que nuestra ausencia de ser ha creado de ellos y, por lo general, es una creación distorsionada de lo que ellos son. Cuando nos comparamos, vemos a los demás como mejores que nosotros, y no en el buen sentido, sino como mejores para sentirnos nosotros peores. Es decir, los maximizamos para minimizarnos, o más bien, porque nos minimizamos es que los maximizamos. Vemos a los demás de una forma que nos destruye a nosotros y verlos así nos indica cómo y desde dónde los estamos viendo.

Cuando nos comparamos y minimizamos lo que somos, esa comparación no nos está diciendo que los demás son mejores y que nosotros somos peores, pues no son los demás los que nos están minimizando, sino nosotros mismos. Los demás no participan en las comparaciones que hagamos de ellos con nosotros y nada de lo que ellos son genera la comparación, ellos ni siquiera se enteran de que nos estamos comparando con ellos, por lo que el problema de compararnos no está en lo que ellos son, no está en los demás, está en nosotros. La comparación que hacemos nos está diciendo de dónde viene esa comparación: de nuestros miedos, de nuestra ausencia de ser, de estar lejos de nosotros mismos.

Nuestra necesidad de compararnos nos dice que todavía no somos nosotros mismos, que estamos fuera de lo que somos. Cuando nos comparamos, pensamos mal de nosotros, pero si nuestra necesidad de comparación surge de lo que no somos, quiere decir que los pensamientos que tenemos sobre nosotros mismos no es lo que somos. En nuestra necesidad de compararnos hay más de lo que no somos que de lo que somos. Es por esto mismo que lo que creemos de nosotros cuando nos comparamos, que suele ser lo peor, está lejos de lo que realmente somos. No somos nosotros, es nuestro miedo diciéndonos que somos algo que no somos.

Comparar nuestra vida con la de los demás es vivir la vida de los demás y no la nuestra. La comparación podría ser válida si realmente nuestra vida fuese la vida de las personas con las que nos comparamos. Si viviéramos bajo las mismas circunstancias de las personas con las que nos comparamos, en el mismo tiempo, en el mismo contexto, con la misma personalidad, con las mismas ideas, con los mismos sueños, con la misma visión, tal vez podría ser posible una comparación, pero ni aun así, porque toda vida es distinta, incluso la vida de las personas que viven en las mismas circunstancias es distinta, eso lo podemos ver con nuestros hermanos o familiares. Cada persona tiene su propio camino. Por lo que no cabe la comparación de nuestra vida con la de otros. Cuando nos comparamos, competimos, pero en realidad no existe competencia. No hay competencia porque ninguna vida es igual a otra; y si ninguna vida es igual a otra, ningún camino es igual a otro; y si ningún camino es igual a otro, ningún camino es comparable con otro. La comparación no es posible y es por eso mismo que nos hace tanto daño.

Si nuestra necesidad de comparación surge de nuestra ausencia de ser, quiere decir que ser nosotros mismos hará que nos dejemos de comparar. Solo al ser nosotros mismos veremos nuestra vida de forma correcta, no mediremos nuestra vida desde la vida de otros, sino desde nosotros mismos. Y la única comparación que surgiría sería con nosotros mismos, con lo que éramos, con lo que somos y con lo que seremos.

Cuando somos nosotros mismos, la comparación deja de ser comparación y se convierte en inspiración. Ya no vemos a los demás como mejores que nosotros, ni nos destruimos pensando en lo que vemos en ellos y en lo que vemos en nosotros; ya no nos comparamos para hacernos pequeños. Cuando somos nosotros mismos, ya no vemos a los demás para hacernos daño, sino para inspirarnos a ser mejores. La prueba de que somos nosotros mismos es que la comparación se ha convertido en inspiración. Las cosas con las que antes nos destruimos, ahora las utilizamos para crecer. Hemos dejado ver la vida de otros para compararnos y hemos empezado a verla como inspiración para crecer. Esto sucede porque no estamos viendo al mundo desde nuestros miedos, sino desde lo que realmente somos.

no encajar

En algún momento de nuestra vida nos enfrentamos al sentimiento de no encajar, ya sea en lugares, personas o situaciones. Algunos utilizan ese sentimiento para abrazarse a sí mismos, otros lo utilizan para rechazarse a sí mismos. Lo que hacemos con ese sentimiento puede definir toda nuestra vida, para bien o para mal. Sentir no encajar nos puede hacer dudar de nosotros o nos puede confirmar lo que somos. 

El sentimiento de no encajar está más presente y vivo en quienes miran hacia dentro, en quienes tienen cierto conocimiento sobre sí mismos o han tocado, de alguna forma, su propio ser. En ellos, el sentimiento de no encajar es más constante. Y en muchas ocasiones ni ellos mismos son conscientes de que su sentimiento de no encajar proviene justamente de esa aproximación a sí mismos. Ya lo dijo Hermann Hesse: “Quien no encaja en el mundo, está siempre cerca de encontrarse a sí mismo”, y sobre esa misma frase podríamos decir que, quien encaja en el mundo, está lejos de encontrarse a sí mismo. 

Cuando no sabemos lo que somos, encajamos en cualquier parte. No es que seamos adaptables, sino que somos cualquier cosa que el lugar nos exija. Cuando no somos nosotros mismos, no vemos ni sentimos que no encajamos, pues nos amoldamos a los lugares y personas, no tenemos problema en ser algo que no somos. Resolvemos el sentimiento de no encajar, que podría existir, aunque sin ser conscientes de él, a través de ser algo que no somos. Nuestra capacidad de amoldarnos a todo lugar no permite el sentimiento de no encajar. Y eso ni siquiera es una capacidad de amoldarse, porque uno no se amolda porque es capaz de amoldarse, sino porque es incapaz de ser uno mismo. Y más que amoldarse, es deformarse. 

Podemos creer que el sentimiento de no encajar nos está diciendo que no somos suficientes para ese lugar en el que no encajamos o para las personas con las que estamos, y esa creencia puede obligarnos a estar en ese lugar y a hacer cosas que no queremos hacer con tal de ser suficientes para ese lugar. Muchos vivimos así y vivir así es vivir para otros. Podemos creer que el sentimiento de no encajar nos está diciendo que no debemos mostrar lo que realmente somos al mundo. Podemos creer que el sentimiento de no encajar nos está diciendo que lo que somos no está bien y que es mejor ser alguien más.

El sentimiento de no encajar es más que un sentimiento, es nuestro ser manifestándonos lo que somos y el lugar al que no pertenecemos. El sentimiento de no encajar no nos está diciendo que somos poco para un lugar o para las personas con las que estamos. El sentimiento de no encajar no nos está diciendo que debemos hacer algo para encajar. El sentimiento de no encajar no nos está diciendo que no somos parte de nada, nos está diciendo que somos parte de algo distinto. El sentimiento de no encajar es el grito de nuestro ser diciéndonos en dónde no podemos ser.

Lo que nos hace permanecer en donde no encajamos no es lo que somos, no es nuestro amor por el lugar o por las personas, sino nuestro miedo a ser rechazados, nuestro miedo a perderlo todo, nuestro miedo a la soledad. Y al permanecer por miedo a ser rechazados, aparentemente podemos encajar y ser aceptados por el mundo, pero lo que en realidad sucede es que nosotros nos estamos rechazando a nosotros mismos y ese rechazo nos somete al mundo.

Sentir no encajar es la consecuencia de acercarse a uno mismo, pero si no comprendemos eso, podemos tomar el sentimiento de no encajar como algo en nuestra contra y podemos terminar alejándonos de nosotros mismos; porque al sentir no encajar nos sentimos lejos del mundo y esa distancia puede provocar un profundo sentimiento de soledad. Entonces podríamos alejarnos de nosotros con tal de no alejarnos del mundo y así no sentirnos solos. 

Sentir no encajar es una señal de que vamos caminando hacia nosotros y ese caminar hacia nosotros también implica una separación de los lugares y de las personas con las que encajamos en algún tiempo. Podemos huir de ese sentimiento o podemos aceptarlo. Si huimos, nos veremos obligados a huir de nosotros. Si lo aceptamos, nos adentraremos más a nosotros. No encajar es el riesgo que se corre por ser uno mismo. Pero encajar es peor que no encajar, es deformarse por dentro, es morir internamente. 

no eres lo que estás siendo

Hay una gran diferencia entre lo que tú realmente eres y lo que estás siendo como consecuencia de tus circunstancias, de lo que has vivido o de tus heridas. Muchas veces no eres tú, sino que son tus heridas a través de ti, es tu pasado a través de ti. Muchas veces no eres tú, sino que son tus circunstancias actuando a través de ti. 

Muchas de las cosas que nos suceden afectan nuestro ser y nos llevan a actuar de determinada manera, sin que nos demos cuenta de ello, y podemos creer que eso que estamos siendo, mientras lo que nos sucede actúa a través de nosotros, es lo que somos. Es probable que creamos que lo que estamos siendo es lo que somos, pero no nos damos cuenta de que eso que estamos siendo puede ser producto de nuestro pasado, de nuestras heridas, de algún suceso; es decir, no somos nosotros, sino que estamos siendo lo que nuestro pasado nos dicta.

Puede ser que por algo que has vivido te sientes insuficiente y sentirte insuficiente te lleva a hacer cosas con tal de sentirte suficiente, y esas mismas cosas te pueden hacer daño a ti y a otros, pero eso no demuestra que tú eres una persona insuficiente, que eso eres tú en realidad, más bien, ese es tu ser distorsionado por un suceso, es tu ser dañado. Esa distorsión, en vez de demostrar lo que eres, está impidiéndote ser lo que eres. 

Lo que estamos siendo, aunque no sea lo que realmente somos, nos puede llevar a creer que eso es lo que somos. Lo cual nos conduciría a entregarnos por completo a lo que no somos. Y es justamente en estas circunstancias cuando las personas que nos aman ven a una persona distinta de la que nosotros vemos en nosotros. Nosotros podríamos creer que somos insuficientes y las personas que nos aman pensarían que somos suficientes, y eso no significa que lo que piensan las personas que nos aman sea falso, ni que lo que nosotros pensamos sea falso. Simplemente las personas que nos aman están viendo lo que perciben de nosotros, no están viéndonos desde nuestras heridas, mientras que nosotros vemos lo que estamos siendo y lo que estamos siendo desde nuestras heridas. No nos estamos viendo a nosotros, sino a nuestras heridas.

Podemos comprobar si lo que estamos siendo es lo que realmente somos a través del lugar al que nos lleva lo que estamos siendo. Si lo que estamos siendo nos lleva al pasado, no somos nosotros, es nuestro pasado a través de nosotros. Si lo que estamos siendo nos lleva a herirnos, no somos nosotros, son nuestras heridas a través de nosotros. El lugar al que nos lleva lo que somos nos dice si realmente somos nosotros o es lo que hemos vivido lo que está siendo a través de nosotros.

No eres lo que estás siendo desde tus heridas, desde tus miedos, desde tus circunstancias, desde tu pasado, desde tu ausencia de amor. No eres tú si no puedes ser libre, no eres tú si no puedes tener paz. Por lo que creer que eres eso caótico que ahora estás siendo te puede llevar a una destrucción mayor. No eres lo que te hace sufrir, no eres las cosas con las que luchas. Eres quien está luchando contra eso que trata de acabar contigo. Eres lo que está sobreviviendo a todo lo que intenta hundirte. 

normal no significa bueno

Que algo sea normal para ti no significa que sea bueno para ti. Normal no significa bueno. Mucho de lo que consideramos normal en nuestra vida no es más que algo a lo que nos hemos acostumbrado, a lo que nos hemos sometido. Y lo hemos vuelto normal por el simple hecho de que nunca hemos conocido algo distinto a eso que hemos tenido y nunca nos hemos puesto a cuestionar si lo que vemos como normal es algo que debe serlo o no. 

Si la primera forma de amor que recibimos fue un amor abusivo, es probable que crezcamos creyendo que eso es el amor. Vamos a normalizar esa idea del amor y aceptaremos y buscaremos ese tipo de amor, pues nunca hemos conocido una forma distinta de amor. Y si nos llegamos a encontrar con una forma distinta de amor, creeremos que no es amor y la rechazaremos. Esto no solo se aplica al amor, sino a otras áreas de nuestra vida. Lo que hemos tenido desde el principio de nuestras vidas nos crea la idea de lo que deben ser las cosas el resto de nuestra vida y podemos llevar esa idea por siempre si no somos conscientes de lo que esas ideas o cosas que hemos normalizado están haciendo en nosotros. 

Es hasta que cuestionamos las cosas que hemos normalizado que podemos cambiarlas y cambiarnos, es hasta que somos conscientes de nosotros mismos que nos cuestionamos las cosas que hemos vuelto normales y empezamos a deshacernos de cosas que siempre hemos aceptado, de cosas a las que nos hemos acostumbrado.  Si somos conscientes de nosotros mismos, dejamos de vivir desde lo que hemos recibido, dejamos de volver normales las cosas que siempre habíamos tenido como normales y que nos hacen daño.  

Podemos saber si lo que hemos normalizado es lo que debe ser normal a través de lo que esas cosas hacen en nosotros. Volviendo al ejemplo anterior, si nuestra idea del amor es un amor abusivo, al encontrar ese tipo de amor, nos destruirá, lo cual significa que esa idea normalizada del amor no debería ser normal, pues nos destruye. Si lo que hemos normalizado nos hace daño, no debe ser normal. Si lo que hemos normalizado nos impide ser, no debe ser normal. Y si no debe ser normal, no debe estar en nosotros. El daño que las cosas que hemos vuelto normales hacen a nuestra vida nos dice que esas cosas no deben ser normales.

Volvemos normales las cosas que nos hacen daño y eso demuestra lo dañados que estamos, lo mucho que necesitamos sanar. Que las cosas que nos hacen daño sean normales para nosotros no significa que aprendimos a vivir con ellas, más bien, significa que nunca aprendimos a vivir con nosotros. Pues nos acostumbramos a las cosas que nos destruyen, nos autodestruimos. Volver normales las cosas que nos hacen daño nos termina convirtiendo en alguien que no somos, nos lleva a vivir una vida que no es para nosotros.

Normal no significa bueno, lo bueno es lo que debería ser normal. Cuando todas las cosas normalizadas en nuestra vida son cosas que nos destruyen, no son las cosas que deben estar en nuestra vida. Lo que nos hace bien es lo que debe ser normalizado y lo que debe estar en nuestra vida. 

liberarse de los demás

Para aceptar migajas como alimento, tendríamos que haber vivido sin alimentos toda la vida, tendríamos que ignorar lo que es un alimento y lo que nuestro ser necesita para alimentarse, eso mismo nos llevaría a buscar alimento en cualquier lugar y de cualquier forma, y a encontrar lo que no es para nosotros. Nuestra hambre nos obligaría a aceptar esas migajas con tal de calmar un poco nuestra hambre, aunque en vez de alimentarnos terminara haciéndonos daño. Nuestro estado nos permite aceptar o rechazar las cosas que vienen. Las cosas que aceptamos no las aceptamos por lo que las cosas son, sino por lo que nosotros somos. 

Muchas veces buscamos liberarnos de personas que nos hacen daño, que tienen comportamientos en contra de lo que somos, pero nunca pensamos en que tal vez esas cosas que nos hacen daño de las otras personas, aunque sean hechas por ellas, nosotros las permitimos en cierta forma. Puede que el estado de nuestro ser esté aceptando esas cosas, sin que nos demos cuenta. Eso significa que, aunque necesitamos liberarnos de otras personas, lo que en realidad necesitamos es liberarnos de nosotros mismos. 

Nuestro comportamiento está permitiendo el comportamiento de los demás con nosotros. Si yo me hago daño, lo más probable es que acepte a personas que me hagan daño. Si carezco de amor por mí, voy a aceptar que otros me amen de una forma destructiva, aunque eso no sería amor. Si yo me veo de mala forma, voy a aceptar a personas que me vean de esa forma. Nuestras heridas nos llevan a personas que nos hieren. Nuestra libertad nos lleva a personas libres. Lo que soy permite o rechaza lo que otros son. 

Cuando una persona nos falta el respeto en repetidas ocasiones, y nosotros permanecemos con ella, ya no es esa persona  la que nos falta el respeto, sino nosotros. Es decir, lo que soy está permitiendo que la otra persona me haga daño, o más bien, lo que no soy. La causa de permitir ese daño puede estar albergada en un trauma, en algo no superado, en alguna herida, en una visión errónea de lo que somos, en algún miedo, y eso nos condiciona, aunque no lo veamos. Y es por eso mismo que necesitamos liberarnos de nosotros, superar esas cosas internas, sanar, para poder liberarnos de las personas que abusan de nosotros.

Aceptamos lo que somos, aunque no sepamos lo que somos, y cuando no sabemos lo que somos, es cuando aceptamos más cosas que nos hacen daño. Conocer lo que somos nos lleva a aceptar lo que somos de forma consciente, nos lleva a aceptar lo que nos hace bien y a rechazar lo que no nos hace bien. El conocimiento de nosotros mismos está ligado a nuestra libertad. No podemos ser libres de nosotros sin conocernos.

No podemos liberarnos de los demás si no somos libres de nosotros mismos. Y esa libertad significa sanar heridas, vivir nuestra verdad, conocernos a nosotros mismos, ser nosotros mismos, abrazar lo que somos. Mientras no seamos libres de nosotros mismos, intentaremos ser libres de los demás y nunca lo lograremos, lucharemos hasta enloquecer con tal de liberarnos de quienes nos hacen daño y nos será imposible. Esa imposibilidad de liberarnos de quienes nos destruyen nos está diciendo que necesitamos liberarnos de nosotros, que hay cosas en nosotros que están impidiendo que nos vayamos de esas personas. Esa imposibilidad de liberarnos de los demás nos está diciendo que el camino para liberarnos de los demás es la libertad de nuestro ser, pues somos nosotros quienes nos estamos atando.

somos la forma en que reaccionamos

Todos enfrentamos la vida de una manera particular, de una forma propia, pero esa manera en que la enfrentamos es una respuesta de lo que somos. Es decir, la forma en que enfrentamos la vida es una manifestación de nuestro ser. Todas las cosas que nos suceden provocan reacciones en nosotros y en esas reacciones va nuestro ser. No somos lo que nos sucede, pero sí la forma en que reaccionamos a lo que nos sucede.

Reaccionamos a las cosas de una manera propia, de acuerdo a lo que somos, a lo que hemos hecho de nosotros o a lo que hemos dejado que la vida haga de nosotros. En nuestra forma de reaccionar ante cualquier situación manifestamos lo que somos, aunque nosotros mismos no seamos conscientes de nuestra forma de reaccionar ni de lo que somos, pero es justamente eso a lo que debemos prestar atención, pues nos brinda una especie de conocimiento sobre nosotros mismos.

Si prestamos atención a la forma en que reaccionamos a la vida, a lo que nos sucede, a cualquier situación, podemos conocer mucho de nosotros, podemos saber lo que estamos siendo, podemos saber si eso que estamos siendo es lo que realmente somos o si solo estamos siendo marionetas de las circunstancias y no tenemos vida propia. Si prestamos atención a nuestra forma de reaccionar a las cosas, podemos saber si esa misma forma de reaccionar es la que nos está haciendo más daño que las cosas mismas.

Nuestra reacción es la forma en que nos comportamos ante lo que nos sucede. Y cuando no somos conscientes de nuestras reacciones ni de lo que somos, o mejor dicho, de lo que somos, pues si somos conscientes de lo que somos, somos conscientes de nuestras reacciones, nos comportamos de una forma que nos puede dañar. Es por esto que prestar atención a nuestras reacciones nos puede servir para conocernos y al conocernos, podemos cambiar esas reacciones, pues sabemos identificar de dónde provienen.

Hay quienes, cuando están tristes, buscan compañía; otros, en cambio, se aíslan. Pero en cada forma de enfrentar la tristeza se manifiesta lo que una persona es y eso mismo va a decidir la manera en que le afecta. Y eso puede aplicarse no solo a la tristeza, sino a cualquier sentimiento o situación que experimentamos. Tenemos una reacción para todo y debemos de conocer cada una de ellas, pues tal vez nos está destruyendo más la forma en que reaccionamos que lo que nos sucede.

¿Cómo reaccionas cuando estás alegre? ¿Cómo reaccionas cuando te mienten? ¿Cómo reaccionas cuando cometes un error? ¿Cómo reaccionas cuando te hieren? ¿Cómo reaccionas cuando te dicen algo bueno? ¿Cómo reaccionas cuando te menosprecian? ¿Cómo reaccionas cuando le fallas a alguien? ¿Cómo reaccionas cuando pierdes algo? ¿Cómo reaccionas cuando triunfas? En todo hay una reacción propia y podemos conocernos a través de nuestras reacciones. 

¿cuándo es el momento?

Saber identificar el momento para hacer o dejar de hacer algo, puede ser más importante que lo que hagamos. El tiempo en que hacemos las cosas cuenta y hace que esas cosas florezcan o se marchiten. No solo se trata de lo que hacemos, sino del momento en que lo hacemos, ese momento puede destruirlo todo y destruirnos a nosotros, o puede construirnos. 

Muchas de las cosas que hacemos, por muy buenas que sean, si no sabemos hacerlas en el tiempo adecuado, terminan convirtiéndose en malas. Terminan haciéndonos daño y hasta pueden impedir que después hagamos otras cosas. No podemos ir por la vida haciendo y deshaciendo sin pensar en el tiempo en que lo hacemos.

El punto es cómo saber identificar ese tiempo, es en eso en lo que nos perdemos. Y no hay fórmulas. Pero la forma en que vivimos, somos y enfrentamos las cosas, puede servirnos a identificar el tiempo. Si tomamos todo a la ligera, sin reflexionar en lo que vamos a hacer, lo más probable es que lo hagamos fuera de tiempo. Eso no quiere decir que todo debemos reflexionarlo y detenernos eternamente a tratar de identificarlo. Hay cosas que debemos hacer sin pensar, solo hay que pensar qué cosas.

Si somos impacientes, seguramente haremos las cosas fuera de tiempo, pues no seremos nosotros quienes las hagan, sino nuestra impaciencia. Si somos impulsivos, corremos el riesgo de hacer las cosas fuera de tiempo, y no es que obedecer a nuestros impulsos sea algo malo, se trata de la forma en que enfrentamos esos impulsos y a qué nos pueden llevar. Si no podemos controlar la forma en que enfrentamos lo que sentimos, lo más probable es que hagamos las cosas fuera de tiempo, pues seremos dominados por lo que sentimos. Si vivimos en otro tiempo distinto al presente, es muy seguro que hagamos las cosas fuera de tiempo, pues actuaremos desde ese tiempo que no es el presente. Si vivimos desde el miedo, actuaremos fuera de tiempo. Si no somos nosotros mismos, actuaremos fuera de tiempo, pues actuaremos de acuerdo a la persona que intentamos ser y no de acuerdo a la persona que somos. Si vivimos comparándonos, actuaremos fuera de tiempo, pues viviremos el tiempo de las personas con las que nos comparamos. 

Si vivimos fuera de nosotros, haremos las cosas fuera de tiempo. Vivir fuera de nosotros es vivir fuera de tiempo. Todo esto lleva implícito el hecho de que, para poder discernir el tiempo correcto para hacer o dejar de hacer las cosas, está ligado a lo que somos. Esto no garantiza que absolutamente haremos todo en el momento correcto, seguramente haremos cosas fuera de tiempo, pero al partir de lo que somos, incluso las cosas que hacemos fuera de tiempo, las enfrentamos de mejor manera y no nos sacan de nosotros.  

Hay cosas que sabemos de manera natural; por ejemplo, si nos da hambre, sabemos que es momento de comer. Y así con muchas otras cosas. Pero hay otras, la mayoría, en las que no tenemos una señal que nos indique cuál es el momento para hacerlo. Y muchos dirán que hay señales que nos permiten verlo, pero no hay certezas, y con esa falta de certezas es que tenemos que aprender a vivir. 

¿Cuándo es el momento correcto para hacer las cosas? No lo sabemos. Vamos un tanto a ciegas por la vida. Pero la forma en que vamos puede, sabiendo que esa forma proviene de lo que somos, ayudarnos a identificar algunos tiempos. La paz que tenemos al hacer las cosas puede decirnos que estamos haciéndolas en el tiempo correcto, y tal vez no en el tiempo externo, pero sí en el tiempo interno, pues son cosas distintas, y es lo que importa. Lo que somos elige el tiempo en que hacemos las cosas, por tal razón, más que trabajar en reconocer el tiempo para hacer las cosas, debemos trabajar en lo que somos. 

amar no es soportar

Amar no es soportar, aunque al amar soportemos muchas cosas, pero todas esas cosas tienen que ver con las adversidades de la vida y de las relaciones, no con una destrucción de lo que somos. Cuando soportar se convierte en permanecer bajo lo que destruye nuestro ser, eso ya no es soportar, ni mucho menos amor. 

Solo podemos amar cuando somos, y si al amar, creyendo que soportamos, destruimos nuestro ser, es imposible que podamos amar, porque para empezar, no podemos amarnos a nosotros. Cuando dejamos de ser o cuando destruimos nuestro ser, no podemos amar. Entonces, cuando soportar algo, por amor, destruye lo que somos, lo que menos hay es amor.

El amor lo soporta todo, dicen. Pero no dicen qué es ese todo que soporta el amor, y nosotros, al no saberlo, nos quedamos soportando cosas que no debemos soportar, y más que soportar, nos sometemos a esas cosas y terminamos destruidos por eso que creemos amar, y creemos amarlo nada más, porque en realidad no lo amamos, si en verdad lo amáramos, nos amaríamos a través de eso que amamos y no permitiríamos una destrucción de nuestro ser, ya que una destrucción de nuestro ser significaría una destrucción del amor mismo.

No podemos amar mientras destruimos lo que tiene la facultad para amar, que es nuestro ser. El amor no es sin nosotros y nosotros no somos sin el amor. Es por esto que, aunque soportemos muchas cosas en el amor, cuando eso que soportamos empieza a destruir nuestro ser, también empieza a destruir nuestro amor. No puede sobrevivir el amor sin nosotros y nosotros no podemos sobrevivir sin amor.

Amar es soportar, pero solo cuando eso que soportamos no destruye lo que somos, porque esa es la única forma de mantener vivo el amor y de poder seguir soportando. Cuando amamos, soportamos; soportamos las dificultades de la vida, soportamos muchas circunstancias. Pero soportar no es sinónimo de destruirnos a nosotros mismos, ni de someternos a lo que nos destruye, simplemente por creer que lo amamos y que nos aman.

Cuando soportar nos aleja de nosotros mismos, cuando soportar nos hace perdernos a nosotros mismos, cuando soportar nos hace desconocernos, cuando soportar nos convierte en alguien que no somos, no es amor ni es soportar. Es una sumisión. 

El amor soporta todo lo que es amor, y en eso cabe todo lo que significa soportar cuando amamos, soportar en el sentido correcto, sin destruir lo que somos. Solo podemos soportar, al amar, aquello que no destruye lo que somos, aquello que no destruye nuestra capacidad de amar. Cuando amamos, solo podemos soportar aquello que mantiene vivo el amor.