No todo lo que creemos lo creemos voluntariamente o por construcción personal, muchas cosas de las que creemos nos han sido impuestas, otras las hemos adoptado inconscientemente, por contexto, relaciones, experiencias, por ignorancia y hasta por moda. Estas creencia son, en cierta medida, ajenas a nosotros, y regimos nuestra vida a través de ellas, lo cual nos conduce a una vida ajena a nosotros.
Nuestras creencias configuran nuestra vida. Vivimos de acuerdo a lo que creemos. Lo que creemos nos dice cómo actuar, cómo caminar, cómo ser. Y no hay nada de malo en ello, pero cuando no somos conscientes de nuestras creencias, de que son ellas las que nos rigen y nos hacen comportarnos de determinada manera, cuando ignoramos de dónde provienen esas creencias y cuando son creencias impuestas, se vuelven en nuestra contra y, por tanto, nuestro comportamiento es en contra de nosotros.
Las creencias impuestas tienden a hacernos vivir de una forma que no es nuestra, nos hacen vivir una vida ajena a nosotros. Nos suelen hacer daño y nos hacen sentir incómodos con nosotros mismos. Las creencias impuestas nos hacen vivir en una prisión. No es nuestra voluntad conduciendo nuestra vida, sino la imposición. Y no es que la creencia como tal sea mala, puede ser una buena creencia, aunque eso de bueno y malo en las creencias puede ser un tanto difícil de definir, pero como esa creencia no ha surgido de una construcción personal, sino de una imposición, se vuelve en nuestra contra. Es decir, lo que vuelve buena o mala una creencia es, en cierta forma, el hecho de si esa creencia es producto nuestro o es ajena.
La forma en que surge una creencia es tan importante como la creencia misma. Muchas de nuestras creencias han surgido de nuestras heridas, de nuestras circunstancias, de nuestras relaciones, de nuestra familia. Muchas de nuestras creencias son ajenas a nosotros y no somos conscientes de eso, simplemente vivimos con la incomodidad que las creencias ajenas nos provocan.
La forma en que vivimos, nos comportamos y actuamos, nos puede dar señales de dónde provienen nuestras creencias, nos puede indicar que una creencia no es propia. Cuando vivimos haciéndonos daño, cuando nos sentimos culpables por lo que hacemos, cuando nos vivimos arrepintiendo por todo; cuando hacemos algo y nos martiriza el pensamiento y el sentimiento de si debemos hacerlo o no, incluso después de hacerlo; cuando no somos libres en lo que hacemos y somos. Siempre que hacemos algo que no es producto de una creencia propia, sentimos culpa, sentimos que cometimos un error, nos condenamos, incluso cuando esas cosas que hacemos puedan ser buenas, pero es justamente porque no nace de nuestra voluntad, de nuestra verdad, sino de una imposición, de algo ajeno a nosotros.
Vivir desde creencias que no son propias es quitarnos la libertad de ser nosotros mismos. Debemos examinar nuestras creencias a través de lo que estamos siendo y de nuestras acciones. Solo al vivir desde nuestras creencias seremos libres, libres en un sentido de voluntad y elección, pues tener una creencia, aunque sea propia, es delimitar nuestra vida. Vivir desde nuestras creencias tampoco significa que las creencias propias nadie más las tenga, muchos pueden creer lo mismo que nosotros y nosotros creer lo de muchos, el punto es ser conscientes de esas creencias y llevarlas bajo nuestra voluntad, no desde nuestro miedo, no desde nuestra esclavitud.
Cuanto mejor nos conocemos a nosotros mismos, más conscientes somos de nuestras creencias y eso mismo hace que nos despojemos de creencias que no son nuestras. Entonces vivimos desde nuestras creencias, desde creencias surgidas del conocimiento sobre nosotros mismos y no desde la ignorancia sobre nosotros mismos. Al vivir desde creencias propias, viviremos con mayor libertad.